El cuerpo recuerda

En una sociedad que a menudo nos bombardea con estándares de belleza inalcanzables, cada vez aparezcan más casos de TCA, porque nuestro cuerpo recuerda...

¿Cómo percibes tu propio cuerpo? ¿Qué palabras y emociones le dedicas? Nuestro cuerpo es una maravilla de la naturaleza, una obra maestra de la biología que alberga nuestra esencia, pero con demasiada frecuencia, no le brindamos el amor y respeto que merece. En una sociedad que a menudo nos bombardea con estándares de belleza inalcanzables y expectativas poco realistas, es común que repudiemos nuestra propia imagen y cuerpo, de ahí que cada vez aparezcan más casos de Trastorno de la Conducta Alimentaria.

Paloma Rivas se estrena en Proyecto Princesas con este artículo, donde desde una perspectiva feminista, nos invita a reflexionar y replantearnos nuestra relación con la forma en que vemos y tratamos a nuestro ser físico, reconociendo que es mucho más que una simple apariencia. Recordándonos que tenemos la capacidad de reprogramarnos y ser resilientes. 

EL CUERPO RECUERDA 

Ya por aquel entonces, los más elevados pensadores griegos, referían al CUERPO como a la vasija que porta a nuestra alma. Para ellos su cuidado era de suma importancia. Al contrario de lo que se cree, no buscaban alcanzar una supuesta perfección física, sino que atisbaban proteger y mimar a ese recipiente que supone el altavoz de nuestro SER. 

Nuestras piernas, nuestros brazos, nuestra boca son el conducto por el cual el espíritu se manifiesta y se comunica con el mundo exterior. Nuestro cuerpo compone el canal que nos transporta y nos permite vivir experiencias: nuestro HOGAR. Un hogar incendiado. 

Y es que la sociedad en la que habitamos nos conduce desde niñas a rechazar el aspecto que nos ha sido dado. Esta nos lleva a pensar que nuestro cuerpo no es suficiente. Pero suficiente para quién, para qué. 

Las personas, sin embargo, no nacemos con la idea de repudiar nuestro cuerpo. De hecho, cuando somos pequeñas, lo que esperamos de él no es otra cosa que el que nos sirva para correr, jugar, abrazar. Tampoco al venir a este mundo llegamos con la idea de contar las calorías de las que se componen los alimentos, ni con la idea de pasar por la balanza una media de diez veces al día, ¿verdad?

Ahora, deberíamos preguntarnos qué sucede entre la niñez y la juventud para que las personas nos veamos conducidas a desear prender fuego a nuestro hogar. Podríamos responder de multitud de formas, pero quizá, la principal sería que el modelo de físico impuesto por nuestra cultura significa un cánon tan inalcanzable como cruento.

En referencia al arte asumimos que la belleza es subjetiva, que difiere al depender de los ojos que la observan. El cuerpo, tanto de las mujeres como de los hombres, no obstante, sí presenta unos criterios de obligado cumplimiento. Este debiese ser ordenado, pero no aburrido, voluptuoso, pero no demasiado, atractivo, más no vulgar, además de un largo etcétera de contradicciones y dicotomías absurdas. 

Si somos sinceros, comprobaremos que, durante años, la sociedad ha aceptado e integrado mucho mejor a aquellos de belleza tópica y rechazado a los diferentes, a los indómitos. Esa falta de integración ha supuesto, a su vez, uno de los grandes motivos que nos ha llevado, que nos lleva, a modificar nuestras proporciones en busca del edén prometido. 

Como decíamos, ya desde muy jovencitos, nos han enseñado que el amor proviene del elogio a nuestro aspecto. Por tanto, cómo no vivir obsesionadas con la idea de alcanzar aquellas medidas idóneas. 

Los trastornos alimentarios son el pico del iceberg, la cara visible de esa lucha insaciable por ser aceptadas. Dichas patologías asoman de maneras tan diversas como chicas afectadas podríamos contar.

Caída de pelo, desregulación hormonal, rosáceas en la piel son solo una pequeña muestra de los GRITOS provenientes de nuestro cuerpo. Lo que sucede es que su clamor es silencioso, tímido. Así que nos da señales enmascaradas de malestar para rogarnos, que nos cuidemos, que solicitemos ayuda. 

En la parte baja del iceberg se encuentran nuestros miedos. También las inseguridades que nos han hecho creer que tenemos, las etiquetas con las que nos han sellado y las palabras que, como si de dardos envenenados se tratasen, un día se incrustaron en nuestro fuero interno.

Cada uno de los poros de nuestra piel recuerdan los momentos en que hemos deseado suplantarlos. Ellos rememoran cada daño, cada desdén que nos amedrentó, que nos extirpó nuestra esencia. 

El culto extremo al aspecto nos ha arrebatado la LUZ, nos ha obligado a vivir en guerra contra nosotras mismas. Pero la buena noticia es que nunca es tarde para despojarnos de esa OSCURIDAD por la que transitamos. 

Las personas tenemos la capacidad de reprogramarnos. Somos seres adaptativos, resilientes. Somos capaces de luchar contra el sistema que nos quiso sumisas, estándares y robóticas. 

¿Conoces la terapia EMDR? EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing) son las siglas en inglés de una novedosa técnica psicológica que gracias a la estimulación bilateral de los hemisferios cerebrales nos permite realizar un proceso de desensibilización y reprocesamiento de aquellos traumas con los que lidiamos. Este tratamiento psicoterapéutico se ha ganado el reconocimiento de los científicos más exigentes porque ha demostrado su validez a la hora de desenredar aquellos nudos enquistados del alma. El reprocesamiento de los traumas nos ayudan a reducir significativamente esos trastornos psicosomáticos perceptibles en los trastornos alimentarios, así como a tomar consciencia de la nueva situación vital en la que nos encontramos, donde el evento negativo deje de controlar nuestra existencia. 

Si nuestro cuerpo recuerda, nosotros también debemos hacerlo para decir: BASTA. Solo del tal manera podremos elegir otro sendero: el camino del autocuidado, del respeto a la persona que somos. Este significa el trayecto correcto hacia la recuperación y hacia la liberación de estigmas. 

Hoy os invito a miraros en el espejo con la mirada del que contempla absorto una OBRA de ARTE. «Su opinión es subjetiva», diréis. Y así es: el que observa a una obra de arte lo hace a través de las gafas de la ADMIRACIÓN, del AMOR. De ese amor que se tiene por todo lo bueno, por todo lo que nos despeina, nos hace reír a carcajadas, por todo aquello que nos sujeta a la VIDA. 

Ya por aquel entonces, los más elevados pensadores griegos, sabían de la importancia de cuidar a nuestro hogar. No en busca de una perfección áurea que nos destruyera, sino como al hábitat desde el que potenciar y alimentar la MARAVILLA que somos. 


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