Este testimonio sobre Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), de Bulimia Nerviosa, nos llega desde Gijón, Asturias, en España. Carlota nos cuenta cómo terminó padeciendo bulimia y su largo camino desde entonces.
Este testimonio refleja muchos de los detonantes y factores de riesgo que conocemos de los TCA: los comentarios sobre el cuerpo y el aspecto físico desde la infancia, el estrés, las dietas a temprana edad, el acoso escolar, las dinámicas familiares, el perfeccionismo…
Conviene tomar nota de todos ellos para intentar estar atentxs a que puedan estar produciéndose, ¡y para evitar (no lo vamos a dejar de repetir) hablar del físico de lxs demás!
❗ Avisamos de que es un testimonio duro, con bastantes detalles y explicaciones. Además, Carlota está todavía en una fase inicial de su recuperación. A ella queremos decirle que CONFÍE y que tenga esperanza. Y recordarle que no está sola. Tu familia, tus amigas, tus médicos… pero también la comunidad de Proyecto Princesas estamos aquí para apoyarte.
Historia de una adolescente con bulimia
Me llamo Carlota, aunque me llaman “Totti” desde que era pequeña. Vivo en una ciudad de Asturias que se llama Gijón que, por cierto, es preciosa. Vivo con mis padres y con mi hermana mayor, que me saca dos años. Yo ahora mismo tengo 16. Quiero contar mi historia con la bulimia…
Desde que era pequeña siempre he estado escuchando comentarios como “Carlo, esos pantalones te tienen que entrar”, “has engordado”, “más delgada, estarías más guapa”, “no te pongas esa camiseta que no estás para llevarla”, “no comas eso que después engordas”, etc. Son comentarios aparentemente inofensivos que me hacían y que me hacen mis padres y mi hermana, día a día.
Desde que era pequeña empecé a esconderme para comer bollos o dulces que me daba mi abuela. Siempre me acordaré de aquel día que vinieron mis abuelos al colegio a recogerme a mi hermana y a mí. Llegué yo primero al coche y, como siempre, al salir a las cinco de la tarde, nos trajeron la merienda.
Mi madre mandaba a mi abuelo que me trajesen una manzana y a mi hermana un bollo o algo de eso.
Me acuerdo como si estuviese pasando ahora. Mi abuela me trajo un bollo de chocolate y yo me lo comí en cinco segundos. Justo entraba mi hermana en el coche y no me podía ver comiendo eso, ya que se chivaría a mi madre y me caería una bronca…
Historias como esas tengo cientas, la verdad. Todo comenzó en 1º de la ESO. Sufrí acoso escolar y lo pasé muy mal, por lo que mis padres al final de año fueron al colegio a una tutoría. Yo acabé contándoselo para que al año siguiente me cambiasen de colegio. Siempre fui de sacar muy buenas notas y ese año, sin embargo, las había bajado muchísimo. En la tutoría, al explicarles la situación, mis padres decidieron mandarme a estudiar a Irlanda,
Cuando estaba allí detectaron a mi abuelo cáncer. Yo me iba a quedar el año entero, pero volví por navidades y a los dos días de volver murió. Engordé una barbaridad mientras estaba en Irlanda, ya que en casa cuidaba mucho las comidas y hacía mucho deporte (entrenaba 4 días a la semana, durante 2 horas al hockey), pero en Irlanda lo único que hacía era comer, nada de deporte.
Fue cuando volví esas navidades, honestamente, que creo que empezó todo. Las caras de asco que me ponían y comentarios como “estás como una ballena”, “ay madre, lo que has engordado”, “¿qué ibas, a Kg por semana?”.
Llegó la cuarentena y me puse a dieta porque no quería estar así. Fui bajando de peso y llegó el verano. Estaba muy bien, aunque yo me seguía viendo como cuando volví de Irlanda, exactamente igual… Me cambiaron de colegio y me metieron en uno privado. Comenzó el curso y era muy estresante. Tuve que dejar el hockey porque llegaba a casa a las seis de la tarde, después de haber estado todo el día en el colegio, que era superexigente.
Fueron pasando los meses y los atracones… Me intentaba inducir el vómito, pero no podía. Eso me frustraba cada vez más. Hasta que un día me di el atracón más grande que nunca me había dado, fui al baño… y por fin conseguí vomitarlo. El chocolate, los yogures, el café y las galletas y bizcocho que me había comido. Después me sentía fatal. Pero bueno, por lo menos no tenía todo “eso” conmigo. Esto se fue normalizando cada vez más, hasta el punto en el que era comer e ir al baño directamente a vomitar.
Me daba uno o dos atracones por día, por lo cual podía llegar a vomitar dos o tres veces diarias…
Un día estaba en casa y mi hermana estaba haciendo una fiesta en el jardín. Mis padres no estaban, y yo me acababa de dar un atracón. Estaba en el baño vomitando como de costumbre. La sorpresa que ese día recibí fue que mi hermana entró en el baño cuando estaba vomitando, con una amiga. Me preguntó que qué estaba haciendo y, bueno, yo rompí a llorar. Su amiga tenía anorexia, por lo que me llevaron a mi cuarto y me amenazaron con contárselo a mis padres.
Esa noche me fui a dormir y les mandé un correo, contándoles todo lo que me pasaba, lo mal que me sentía por todo en general. Al día siguiente me llevaron al médico. Este me dijo que tenía que ir al psiquiatra, el cual me diagnosticó Bulimia Nerviosa y depresión. Después fui al psicólogo, al mismo que llevo yendo desde que era pequeña. Este no tenía ni idea de lo que me pasaba con la comida, porque yo me avergonzaba demasiado como para poder hablar sobre eso.
Llegó el verano y las cosas fueron mejor. Me dejaron irme de campamento y fueron los mejores 10 días desde hacía tiempo. Únicamente había vomitado una vez, y había sido el primer día. Fue como llegar al campamento y, de repente, sentir una calma y un bienestar que no podía haber imaginado en mucho tiempo.
Volvió a empezar el curso y empecé 4º de ESO. Las cosas empezaron a ponerse más complicadas.
Me habían vuelto a fichar las de mi equipo de hockey, solo que esta vez las del primer equipo, es decir, las de “división de honor”. Entrenaba 5 días a la semana, de 8 y media a 12 de la noche, además de tener partidos los sábados, y de estudiar e intentar mantener mi vida social.
Finalmente, volví a ir al médico, ya que lo había dejado cuando conseguí no vomitar en el campamento. Me había dado el alta. Volví y me dijeron que, como siguiese así, que me iban a tener que ingresar inmediatamente, ya que la ansiedad era mayor que nunca y tenía muchísimo insomnio. No dormía apenas, 2 o 3 horas por día.
Después me dio por estar sin comer durante tres semanas, casi nada. Me comía una mandarina y un café al día y claro, había pasado de comer muchísimo a no comer nada, por lo que adelgacé mucho… hasta el día que volví a comer.
Ese día fue en un partido en San Sebastián en el que, jugando, me desmayé. No podía correr más. Todo me daba vueltas.
Me dieron de baja del equipo y volví a ir al médico. Mis notas no eran tan malas, pero no eran lo que quería. En navidades intenté “quitarme del medio”, ya que no veía sentido a nada. Mis padres estaban cansados de esta situación. Me sentía sin fuerzas y muy sola. Sinceramente, sentía que no tenía el apoyo de nadie ni de nada, es decir, que nadie me entendía…
Me odiaba a mí, a mis curvas, a mis piernas, mi cara y mi mente, que me recordaba cada día lo mucho que iba a engordar. Ahora mismo estoy en tratamiento. Estuve dos semanas seguidas sin vomitar, aunque hoy me he dado un atracón y he vomitado…
Sé que es un proceso largo, pero la verdad es que estoy bastante cansada de esta situación. No solo yo lo paso mal, sino mi familia y mis amigas también. Espero que esto termine lo antes posible.