«La voz» es un testimonio que nos llega de parte de María Yost. Ahora mismo nos escribe desde Chicago, pero es originaria de Santiago, Chile. A sus diecisiete años, ya ha tenido que enfrentarse a un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), pero nos transmite un mensaje de gran esperanza y fuerza.
También nos recuerda que, por difíciles que sean, a veces las experiencias más dolorosas son las que nos enseñan las verdades más importantes de la vida. Esperamos de corazón que tu recuperación siga mostrándote todos esos secretos, que siga permitiéndote crecer y compartir con otrxs.
¡Gracias por alzar la voz, por estar dispuesta a aprender, por no rendirte, y por animar al resto a seguir adelante!
La voz
Por dónde empezar a contar todo esto…
Tal vez empezar por la cuarentena, algo que probablemente nos afectó a todos. Pero hoy vengo a contar qué me paso a mí. Todo empezó por querer bajar de peso y querer ser “regia”. Siempre tuve esa inseguridad del rollito o de mis piernas, pero no tenía problema con la comida ni nada.
Decidí empezar a bajar de peso y a comer más “saludable” pero, la verdad, dejé de comer dulces, pan y cosas con altas calorías, pensando que eso era lo sano y correcto. Tenía una manía con pesarme todos los días y sacar una foto a la pesa… Sí, tengo millones de fotos de una pesa, donde cada vez el número bajaba y bajaba.
Eso me causaba satisfacción, ya que había empezado todo el tema “fitness” con una amiga y quería “ganarle”, ser más flaca que ella y que todas. Porque así me iba a ver más bonita, supuestamente.
Después de meses haciendo, fácil, 4 horas diarias de ejercicio (puro cardio), bajé efectivamente muchísimo, más de lo normal. Empecé con una nutri online, pero no me sirvió mucho, ya que igual comía menos de lo que me decía. Hasta llegué a mentirle a mi mamá diciéndole que sí comía algo, pero en realidad no… Acá baje más y más y me mandaron con una psicóloga para ver qué estaba pasando. Mientras tanto, mi mamá se dio cuenta de que algo pasaba y no era bueno…
Decidieron llevarme a la nutrióloga después de 9 meses de cuarentena y sin parar de hacer ejercicio, y ahí me diagnosticaron desnutrición aguda y anorexia nerviosa restrictiva. No lo podía creer. Me dijeron que no podía hacer más ejercicio, y que tenía que estar hospitalizada en la casa.
Mi corazón latía a 42 por minuto (en cualquier momento dejaba de latir). Mi mamá tenía que tomarme el pulso en la noche y revisar que estuviera viva, era realmente terrible…
Cuando me hospitalizaron, estaba desesperada. Todo se había derrumbado y todo se iba a ir a la punta del cerro. Esto de ser la más mina y flaca iba a terminar. No era capaz de darme cuenta de que en verdad no estaba linda. Estaba enferma, pero no lograba entenderlo…
Aunque mis papás estaban casi 24/7 mirándome, hacía trampa. Le daba la comida a los perros o la botaba. Un día se dio cuenta mi mamá, y le prometí que no iba a volver a pasar. Pero estaba tan enferma, que volvió a pasar un par de veces más…
Intentaban alimentarme, pero no podía comer. Simplemente el hecho de tener que meterme la comida a la boca y pensar en cada caloría que estaba comiendo me mataba la cabeza. Un día no pude más, y mis papás decidieron hospitalizarme en San Carlos de Apoquinado. Estuve 18 días en una hospitalización en la zona psiquiátrica, sola, sin teléfono, sin ver a mis papás, sin poder caminar por unos días, vigilada 24/7 por una enfermera.
El 23 de diciembre decidieron darme el alta. En ese entonces era un zombie. Solo dormía y comía, nada más que eso.
Con el paso de las semanas, al ver a mi amigos y ya en una ciudad nueva, con nuevos comienzos, empezó de nuevo mi vida…(yo me fui de Antofagasta a Santiago en noviembre, y nunca más volví a Antofagasta).
El verano fue lo mejor que me pudo pasar. Me despejé, conocí gente, ¡y me acuerdo que en febrero logré comer pizza! Un gran logro para mí. Y cuando entré al colegio, fue otra cosa. Todo mejoró, conocí gente que no sirvió de nada, pero después conocí a las mejores amigas del mundo. Empecé por fin después de casi un año a vivir mi vida de adolescente rebelde, buena pal carrete wujaja.
A lo largo de año pasaron muchas cosas. Empecé con talleres de la clínica llamados «espacio balance», con más niñas con TCA. Mee ayudaron demasiado a entender muchas cosas. Ya casi a fin de año, me dieron de alta de esos talleres, y empecé a prepararme para esta nueva aventura de venirme a Estados Unidos a vivir.
Me enamoré locamente de alguien que en verdad me ama, a pesar de todas las cosas que me han pasado y me siguen pasando, y decidimos estar juntos a pesar de la distancia. Eso también afecta en la enfermedad, ya que cada pena, cada crisis, cada enojo que tienes lo vas a relacionar con la comida.
Esto es un sube y baja. Jamás vas a subir como avión y nunca tener un pequeño problema. Y está bien.
Es una montaña rusa donde no siempre es bonito, pero algún día sales de este remolino de emociones y pensamientos, y de a poco empiezas a entender que tu mente te engaña. Y, aunque suene loco, esa voz en tu cabeza cada vez se hace más pequeña. Te das cuenta de que, aunque sea terrible enfermarte, esto te ayuda a entender lo linda que es la vida, lo importante que es vivirla.
Estoy acá con 17 años, viviendo una vida increíble. Y sí, estoy en recuperación de anorexia, pero he aprendido a vivir con ella y espero que pronto se vaya. Créeme cuando te digo que TODO SE PUEDE si le pones ganas. Porque nadie quiere vivir enfermo.
¡A seguir con esta lucha! ¡Alcemos la voz! 💪🏻