Testimonio: Caminando hacia la recuperación total

“Caminando hacia la recuperación total” trata de un testimonio personal, emotivo, lleno de esperanza, que nos abre la puerta a los pensamientos y...

Compartimos un nuevo testimonio sobre Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), concretamente sobre Anorexia Nerviosa, nos llega desde Madrid, España, de parte de Sandra. “Caminando hacia la recuperación total” trata de un testimonio personal, emotivo, lleno de esperanza, que nos abre la puerta a los pensamientos y experiencias propios de la recuperación.

Leer a Sandra nos ha emocionado profundamente por las ganas de vivir que desprenden sus palabras. Por su fe en el cambio, en la libertad, en la felicidad.

Estamos seguras de que conseguirás salir de la prisión completamente, y de que con esta entrada ayudarás a que otrxs también lo hagan. ¡Gracias!

Caminando hacia la recuperación total

Me llamó Sandra.

Me he tirado muchos años con la anorexia como compañera de vida, y aunque en los primeros años de convivencia no lo identificaba como una enfermedad (ni como un problema), poco a poco fui viendo cómo mi salud se desquebrajaba (amenorrea, anemia, osteoporosis, fracturas por estrés…). A nivel físico y, claro está, a nivel mental (ansiedad, rumiaciones, obsesiones, TOC con el deporte…).

Lo peor de todo es que la gente que me rodeaba alababa mi estilo de vida: privándome de tantas cosas… realizando tanto deporte… qué fuerza demostraba.

Eso no hacía más que alimentar mi enfermedad. Llevarme a agarrar con más fuerza esa identidad que el TCA me daba (y que hoy, afortunadamente, no quiero ni en pintura). Todo parecía que formaba parte de mi vida. Que yo era así. Pero lo cierto es que me estaba destruyendo: a mí, a las personas que me quieren, mi vida social, profesional, mis inquietudes… Y todos mis sueños.

En 2018 acabé ingresada en un psiquiátrico porque perdí completamente el control. Al salir me habían recompuesto a nivel físico. De ahí el milagro de mi vida y mi gran alegría, mi hijo. Pero a nivel mental… no lograba levantar cabeza. Seguían conmigo las rumiaciones, el hambre mental, la culpabilidad, las compensaciones, los ayunos y, sobre todo, mi TOC con el deporte.

Di vueltas en busca de ayuda y, por mucho tiempo, esfuerzo y dinero que invertía, nada lograba calarme del todo como para salir de ese bache.

Llegué a pensar que tendría que vivir así toda mi vida… Me engañaba diciéndome que era funcional.

Las recaídas se sucedían y la desesperación me agarraba con fuerza.
Tras la última, en la que mi hijo me dio la fuerza para querer salir al fin de esta pesadilla, y poder así tener una vida mejor a su lado, encontré a la que hoy es mi terapeuta. Mi motor para luchar de verdad dejando a un lado las pistolas de agua. Siento que llegó en el momento justo, y no sé qué tecla tocó en mí, que me llevó a creer por primera vez que una recuperación total era posible, y una vida normal también.

Estoy dando grandes pasos hacia una vida normal. Mi salud se va encauzando y mi cabeza ordenando, primando lo que es realmente importante. De una manera casi natural, llevo meses comiendo alimentos que tiempo atrás no hubiera sido capaz ni de chuparme un dedo en caso de haberlos tocado. Semanas sin obligarme a entrenar a diario sin escuchar a si me apetecía o no. Días aceptando que un cuerpo normal y funcional es mucho mejor que un cuerpo con peso suprimido.

Cada vez encuentro más momentos de calma, autocuidado… Tengo más herramientas para hacer frente a lo que supone la recuperación, y maravillosos mantras que me recuerdan hacia dónde voy.

Y aunque mis momentos de terror, angustia, incertidumbre, ansiedad y llanto vienen de vez en cuando… siento como cada vez son más débiles. Me llegan como la despedida de una etapa de mi vida que se está marchando y que, aunque me ha hecho daño, también ha cumplido su función. Muchas lágrimas que derramo creo que son parte de mi duelo.

Todo lo que estoy viviendo en la recuperación, me está proporcionando un gran aprendizaje y fuerza. Tengo muchísimas ganas cada día de seguir adelante y de seguir descubriéndome.

Recientemente, he escrito algo sobre el momento de recuperación en el que me encuentro, y me gustaría compartirlo:

Me armé de valor. Me hice con una segueta y poco a poco comencé a cortar los barrotes de mi cárcel. Por primera vez quería salir de ella de verdad y confiaba en que lo que había fuera sería mejor. Pero a veces, al cortar, me quedaba paralizada por el miedo. Me mataba la rapidez con la que latía mi corazón ansioso y atemorizado. Me asustaban los cambios que llegaban, me crispaba la lucha de mi mente remando en dos direcciones opuestas. La incoherencia de los hechos, ignorando al motor enfermo que con anterioridad dominaba mis actos. La generosa promiscuidad de mis ingestas, la sensación de mi barriga rebosante…

Lloré una y mil veces, por miedo, incertidumbre, desesperación, tristeza, duelo, despedida… Lloré sola, acompañada, en la ducha, en la cama, hasta quedarme dormida… hasta ver que no pasaba nada al despertar, con la almohada empapada y los ojos hinchados. Nada era tan grave. Nada merecía tanta pena. Sólo lo que me estaba perdiendo por llorar y por vivir en esa oscura prisión. Descubrirlo fue reconfortante.

Además, cuantos más barrotes segaba, más luz entraba en mi vida. Más alimento tenían mi mente y mi cuerpo. Más grande era el mundo. Solo tenía que persistir. Persistir como hacía antes, pero esta vez en la dirección correcta, en la que me llevaba a la vida y a una nueva vida. En mí y, probablemente, dentro de mí, cosas de la naturaleza…

Había apagado a una parte de las personas que más amaba y más me querían. Las había convertido en cómplices. Cómplices de mis atentados queriendo acabar conmigo misma. Cómplices por miedo a mí… Normalizaban lo paranormal. Me miraban con ojos compasivos. Luchaban en diferentes guarniciones. Les aliviaba su ageusia, el asqueroso sabor amargo que mi confinamiento les provocaba. Pero en su interior sufrían al saber la realidad, pues era más que latente en sus estómagos… Pese a que miraran hacia fuera y me vieran como una estela, todos sabíamos que no. No era yo: era el reflejo de lo quería creer y ver.

En esta lucha acalorada por salir de mi prisión, ellos componían mi suelo a base de cariño, apoyo y comprensión, buenos ejemplos y palabras titubeantes con cada vez más acierto. Tejían y sujetaban una alfombra con los colores del arco iris para que pudiera dar mis primeros pasos una vez saliera de mi jaula. Y como sol que brilla, da fuerza, vitaminas y esperanza por un nuevo día, ahí estaba ella, iluminando el camino a seguir y vislumbrando el difuso horizonte que esta vez sí parecía accesible. Sin duda, el lugar soñado.

Yo sigo rompiendo barrotes, normas, certezas grabadas a fuego, pero en realidad falsas. Espejos (muchos espejos), cánones, zalamerias asfixiantes… Y vaciando esa mochila tan pesada que cargaba, para dejar que su contenido vuele y su peso me llene de vida, paz, calma, alegría (y a veces tristeza, pues todo es válido, inevitable y necesario). Pero sobre todo que me llene de LIBERTAD, esa realidad tan anhelada, codiciada y deseada que por un tiempo creí impropia de mí. Ahora sé que es tan innata que solo tenía que mirar adentro, dejarme guiar por la intuición y por la buena ayuda para encontrarla de nuevo y, al fin, saborearla (en algunos aspectos, nunca mejor dicho).

Juro que una vez la alcance, nunca la dejaré escapar.

Espero que mis palabras puedan ayudar a muchas personas a creer que es posible recuperarse. Porque la recuperación total es posible. También tener una vida. Y que para ello nadie tema buscar ayuda para poder avanzar hacia esa libertad de la que hablo.

Tan bonita como la que todos la recordamos previa a la enfermedad.

¡La recuperación total es posible!


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