Los testimonios nos acercan a la realidad de lo que es sufrir un Trastorno de la Conducta Alimentaria. El testimonio de Laura nos aporta su experiencia durante el recorrido que le llevó a tomar conciencia de la enfermedad y a comprender que todo es cuestión de equilibrio.
Laura nunca había hablado de esto. Ahora siente que puede y que compartir su testimonio le ayudará a sanar, a seguir con mas fuerza el proceso de recuperación.
¡Desea poder ayudar a otras personas que padecen TCA con su propia historia!
Cuestión de equilibrio
Llevo más de 10 años enfrentando este fantasma. Apenas van unos cuatro meses desde que fui completamente consciente de que de verdad era algo que estaba pasando en mi vida.
Desde muy pequeña vine con programaciones en mi cabeza impuestas por mis padres. No los culpo porque ellos hicieron lo mejor que pudieron en su rol. Pero desde que tengo memoria sé que hay una necesidad por cumplir con algo más, porque pienso que eso me va a hacer feliz. Siempre me pedían que fuera la mejor, y aunque en mis notas me iban muy bien, al final no era nada porque no era la primera de la clase.
La comparación con otras personas se volvió mi mayor tormento. Nunca era suficiente.
Recuerdo que antes de los 14 años no pensaba en el físico (entiéndase como los estereotipos del cuerpo ideal) con mucha importancia. Me gustaba ver premios en televisión, conciertos, películas, programas de diseño que involucraran texturas, y colores, todo esto me movía y aún me apasiona mucho. Pero jamás sentí que pudiera elegir cómo quería verme, siempre fue impuesto por alguien más. Mi madre, que compraba telas de colores que poco me gustaban y me mandaba a hacer la ropa a medida con su confeccionista. Mis inseguridades crecían, me veía al espejo y no era feliz. Cuando me pedían mi opinión, era descartada de inmediato. Pensaban que eran modas pasajeras y poco bien vistas que me iban a “cambiar” mi personalidad.
Mis amigos también fueron impuestos. Recuerdo escuchar el mismo discurso que me decían mis padres de que todos los amigos eran falsos y que uno solo se tiene a sí mismo y a la familia cercana. Aún así yo no sentía a mi familia como mi apoyo, no me entendían, me criticaban. Tenía que ser la amiga de la más aplicada, la mejor educada, la que estaba siempre peinada y como yo no era así, era una desilusión. Cada vez me pegaba más fuerte la comparación.
Mi Trastorno de la Conducta Alimentaria empieza en el colegio.
Cuando en medio de comentarios con compañeros, se burlaron de mi físico y de que no fuera “tan delgada” como las otras niñas de mi salón. Tenía 4 amigas (impuestas de inicio) que evidentemente eran las mas “juiciosas”. En mi mente vive el recuerdo de una de ellas, se burlaba de mí porque ella era delgada y podía comer lo que quisiera sin restricciones, mientras que yo… no era el caso.
Por esa misma época hubo reuniones familiares. En ellas personas cercanas me agarraban mis brazos y me decían en broma “que me había comido toda la sopa”. En palabras más explícitas, estaba subiendo de peso. Una de mis abuelas no podía verme sin decir que cada vez estaba más gorda. Todo esto me lo fui tragando hasta que me lo creí todo. De hecho, uno de los mis mayores complejos con los que he tenido que lidiar con mi cuerpo, son justamente mis brazos, los cuales me han traído mucha inseguridad al sentir que son “gordos”, sin importar cuánto pese.
Empecé una lucha obsesiva para verme más delgada. Me untaba todos los geles adelgazantes de mi mamá y me envolvía en papel de plástic para “sudar la grasa”. Me montaba horas en la elíptica a dar lo que más podía, me restringía por un día pero al día siguiente terminaba en un atracón. Uno de esos días, en medio de mi desesperación entré al baño, metí mi dedo índice en la boca y me provoqué mi primer vómito.
He tenido muchas etapas de TCA en mi vida y todas han sido diferentes, van variando también dependiendo de mi estado de ánimo.
Recuerdo épocas de mucha ansiedad donde comía y no podía parar. Otras en las que restringí tanto que alcancé el peso más bajo que he tenido. Pero jamás lo vi tan claro hasta que estuve tan lejos de casa. Mi ansiedad es uno de mis puntos críticos, hay momentos en que logro canalizarla y superar la situación. Pero en otras ocasiones me gana la mente y termino haciendo cosas que ni siquiera quiero.
Llegué a España a hacer un máster, llena de alegría y muchos nervios por lo desconocido. Mi mente, me empezó a presentar los peores escenarios y poco a poco el optimismo se fue yendo. Empecé a tener cada vez más ansiedad por culpa de diferentes factores, como que el que se me acabara el dinero y no consiguiera trabajo, o que mi evidente cambio en el estilo de vida iba a verse reflejado en mi físico. No importaba lo feliz que podía ser al tomarme una cerveza y comer una buena hamburguesa, siempre me ganaba la batalla el miedo a subir de peso.
No me di cuenta de mi problema hasta que analicé mis hábitos.
Cocinaba sin sal y sin aceite básicamente por miedo. Comía una porción pequeña de una proteína, una grasa y vegetales y en mi mente me centraba en que estaba bien. Poco a poco me fui liberando, a comer algo más de fritos y de dulce. A tomarme una cerveza o cenar con un buen vino y una pizza, pero nuevamente en el espejo me vi diferente. Empecé a tomarme fotos y videos, a compararme con cómo me veía antes de haber viajado. En medio de tantos pensamientos, terminé nuevamente en el baño, vomitando.
El día que realmente me asusté recuerdo que estaba en clase y salí a vomitar porque me había comido un chocolate. Cuando salí, mi nariz estaba sangrando y me llené de angustia, ya llevaba un mes entero vomitando todos los días.
Le conté a mis amigos más cercanos y ellos me pidieron que buscara ayuda.
En esos días recuerdo que me empecé a escuchar y ver lo que me estaba haciendo a mi misma. Había tenido una infección urinaria y luego empecé a sufrir de un estreñimiento muy fuerte. Fue hasta que me puse a leer con detalle sobre qué era un TCA y cómo se manifestaba. Fue cuando entendí que algo me pasaba, que ya no era algo menor. Me había causado daño y ni siquiera me daba cuenta. Había consumido laxantes por más de 6 meses de forma regular y mi intestinos habían perdido la capacidad autónoma de funcionar normalmente. Lloré mucho y me asusté, no era lo que yo quería, yo no quería hacerme daño.
Tuve solo 3 sesiones de terapia con Juli, una chica que me ayudó mucho. Tuve que suspender por temas personales, pero siento que fue el inicio de un quererme y entenderme más cada día; comprendí mis programaciones y mis deseos infundados de una perfección, de mi mente y los miles de pensamientos que era capaz de crear y de la fuerza que se tiene al decidir a cuáles realmente escuchar.
Volví a aplicarme crema en el cuerpo, algo que había dejado de hacer porque me daba asco tocarme. Prefería vestirme rápido y no verme en el espejo. Comencé a comer más intuitivamente, a escuchar a mi cuerpo y a escucharme a mí misma. A disfrutar del placer que me da la comida, de una cerveza fría, un helado y hasta una ensalada.
Comprendí que todo es cuestión de equilibrio.
Comprendí que todo es cuestión de equilibrio. Vivir con mi novio también fue un paso liberador para mi vida, en este sentido. Él se pone en mis zapatos. Me deja decidir sobre nuestra comida de modo que yo me sienta cómoda. También me ha enseñado a soltar mis miedos y usar sal, aceite, salsas, pan, cremas y todos estos ingredientes a los que tanto les tenía miedo. Empecé a cocinar más y a innovar con más cosas, a probar nuevos sabores y a dejar de contar calorías por porción. A comer y a vivir sin tanta culpa.
Empecé a sentir que mi cuerpo me perdonaba, poco a poco y siendo más intuitiva en mi dieta, mi estómago comenzó a funcionar de nuevo de forma normal. Tuve un episodio fuerte de gastritis que estoy segura fue ocasionado por tantas veces que vomité. Pero el amor y las ganas por recuperar mi salud han sido tan fuertes que siento que estoy sanando por dentro cada una de estas heridas.
No siento que este sea un camino acabado o una lucha vencida, pero sí siento que he avanzado más de lo que imaginaba en un corto tiempo. Aún tengo momentos difíciles, pero antes que entrenar mi cuerpo, entendí que tenía que entrenar mi mente, conocerme a mi misma y darme el valor que merezco.
Querer y amarse a uno mismo no es algo que se enseñe en el colegio o en todos los hogares. Es un proceso que muchos tienen que vivir a partir de tropiezos y empujones. Pero a la largar es mas fácil entender que uno es perfecto por ser como es, sin importar las diferencias y porque la perfección es un imaginario individual. El poder elegir quienes somos cada día es un paso de resplandor para el alma, de apertura a las bendiciones abundantes del mundo y a la verdadera perfección, que para mí es lograr convertir la incomodidad de estar con uno mismo en amor propio.