Testimonio: La vida pesa

La vida pesa es un duro testimonio que muestra la realidad de las recaídas y la quasi-recuperación de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)...

Compartimos este duro testimonio sobre Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) que nos habla de la influencia que pueden tener las relaciones familiares en su desarrollo. Las presiones, el perfeccionismo, la exigencia externa y propia.

Es fuerte leer este testimonio porque pone la mirada en la realidad de las recaídas y la quasi-recuperación, y cómo puede alargarse por toda la vida. Pero queremos insistir en la idea de que LA RECUPERACIÓN TOTAL ES POSIBLE.

Por favor, no os dejéis convencer de que el TCA es crónico. Se puede salir, aunque cueste muchísimo tiempo, esfuerzo y apoyo. Nosotras estamos aquí justo para recordároslo y ayudaros en todo lo que podamos.

¡Fuerza!

La vida pesa

Tengo 36 años, pero a veces siento que tengo 80. La maleta que llevo conmigo es demasiado pesada. Durante muchos años he ido soltando lastres para poder seguir a delante. 

¿Cómo comenzó? Creo que siempre lo llevé dentro. No tuve una infancia fácil. Con un padre que no estaba bien mentalmente, exigente y nunca complacido con nada de lo que yo hacía, desde mi cuerpo hasta mis estudios. Acabé estudiando lo que él quiso para ver si de ese modo conseguía que estuviera orgulloso de mí. Nunca, jamás, lo conseguí.

Nunca hacía nada que pudiera enfadarle. Siempre estaba a sus pies. Pero nunca era suficiente.

Creo que nunca fui gorda. Quizá tuve un par de kilos de más en mi adolescencia, pero mi padre nunca me vio bien. No voy a entrar en detalles porque creo que hoy en día le he «perdonado», ya que creo que él también tenía un grave problema. Le quiero, me quiere. Pero no puedo olvidar.

En mi intento por contentarle, sumado a varias pérdidas de personas a las que adoraba, empecé a dejar de comer. Me puse el reto de adelgazar y así, por fin, poder controlar algo en mi vida. De paso, conseguir que mi padre me viera «bien».

Comencé a restringirme la comida con 15 años, pasando por periodos de bulimia. Mi padre jamás se percató, hasta que llamaron del colegio dando la voz de alarma. Y comenzaron las visitas a los dietistas y psiquiatras. Profesionales nada preparados. Así fueron pasando los años, haciendo daño a mi madre y hermana, pero sobre todo a mí.

Un buen día, acudí a ADANER, y fue mi pequeña salvación. Fueron muchos años de lucha diaria. Recaídas, miedos, vértigos y depresión continua. 

Hubo tiempos mejores, peores… pero considero que un TCA es como cualquier adicción. Por mucho que te sientes recuperada, nunca lo estás del todo. ‘EL BICHO’ sigue dentro.

Ahora tengo 2 hijos. Ese si es mi mayor logro, mi mayor reto. Pero vivo con un miedo horrible por volver a caer. Un miedo terrible porque ellos caigan. Vivo con el reto de formarles en un gran amor propio, en que vean que en sus padres tienen un gran apoyo. No quiero que sufran lo que yo sufro.

No me permito caer, aunque tengo épocas restrictivas y continúo con la ansiedad y depresión. Sigo medicada y con sesiones de terapia. Abajo adjunto lo que un día, hace ya unos años, escribí después de una recaída. Le dediqué este escrito a aquella «okupa» que venia a mi  cabeza.

El miedo pesa. La responsabilidad agobia. El autocontrol desespera. La imagen duele. El futuro ahoga. El pasado angustia. El presente frena. El miedo pesa.

EL MIEDO PESA:

Cuando crees que has luchado suficiente, superado los obstáculos que en algún momento de tu vida no te dejaron avanzar. Cuando piensas que no se volverá a repetir…VUELVE.

Es como una «amiga», «conocida», un «familiar» que vuelve a entrar en tu vida sin haberlo llamado, contra la cual un día luchaste por que se fuera, porque desapareciera. De la que aún guardas cicatrices, pesadillas y recuerdos. Sobre la que creías sentirte vencedora, ganadora.

Pero poco a poco va entrando de nuevo en tu vida, sin avisar. Y vuelves a mirarte esas cicatrices, a acariciarlas, a volver a sentirlas abiertas. Vuelves a soñar con «ella», a tenerla en mente cada día. A tenerle «cariño» de nuevo. A acogerla.

Una vez dentro, ya no hay vuelta atrás. Ya le dedicas la mayor parte de tus pensamientos, acciones y actitudes. Le regalas tus fuerzas, tus mejores deseos. Y le prometes tus logros.

Vuelve a estar en ti. Vuelve a manejar tu vida. A regañarte cuando no haces lo que debes. Pero te sientes tranquila, a gusto, protegida y controlando tu vida. Sientes cómo tu cuerpo va más ligero, cómo tienes más fuerza para afrontar el día a día. Cómo le debes TODO. Viendo cómo aquello por lo que te esfuerzas te premia, obteniendo resultados.

Pero llega un momento en el que ese cansancio, que aparentemente te gustaba, está acabando con tus fuerzas. Ya NO puedes más. No quieres volver a pasar por ello. Porque ya eres «perro viejo», porque ya sabes lo que te espera. Ya conoces a tu enemiga… aunque lo peor es que ella también te conoce a ti a la perfección.

Te das cuentas de que has vuelto a caer. A no saber controlarlo.

CONTROL. Esa es la palabra. Eso es lo que buscas: controlar tu vida, tus sentimientos, tus miedos, tu dolor. Y ella ataca cuando más débil y vulnerable estás, ofreciéndote un control dañino y adictivo… pero satisfactorio.

Tú ya sabes cómo salir de ello. Tomas medidas. Y sabes que habrá recaídas, muchas. Y que para ello necesitas ayuda. Porque de nada vale estar bien una semana. Ella espera, es paciente… porque sabe que caerás. Y ella siempre estará al acecho.

Así que solo queda seguir luchando. Saber que durante toda tu vida ella estará detrás. Tus cicatrices seguirán en ti. Los espejos seguirán siendo un enemigo. Pero lograrás volver a vencer, volver a quererte y a no esperar tener que controlarlo todo. Y a esperarla de nuevo, pero a esperarla cara a cara. A gritarle que se vaya, que ya no la necesitas.

Porque EL MIEDO PESA…. PESA…. y ella te ayuda a ser como una pluma.

«ME CLAVARÍA EN LA PARED POR SER TU ESPEJO UNA VEZ MÁS DESCONGELAR ESA SONRISA
PORQUE TE VIERAS DE VERDAD».

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