Testimonio: Mi secreto balance cero

Testimonio que muestra que los TCA restrictivos se presentan en TODO TIPO DE CUERPOS Y RANGOS DE PESO, algo que aun parece pasar desapercibido...

Éste testimonio que nos llega desde México incide especialmente en una realidad que, todavía en pleno siglo XXI, pasa desapercibida incluso para los profesionales de la salud: que los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) restrictivos como la anorexia se dan en TODO TIPO DE CUERPOS Y RANGOS DE PESO.

Agradecemos la sinceridad y crudeza de estas palabras, que nos llevan una vez más a percatarnos de la importancia de concienciar sobre estas enfermedades y su faceta oculta y desconocida. De seguir luchando por una mayor investigación, por tratamientos de calidad, por una mejor difusión.

Gracias por estas experiencias que nos ayudan a seguir rompiendo tabúes y a allanar el camino para las que vendrán.

Mi secreto balance cero.

Soy de la CDMX. Inicié el camino de la recuperación, y Proyecto Princesas ha sido mi pieza clave para darme cuenta de que necesitaba pedir ayuda, compartir mi testimonio y aceptar mi condición. Estos son dos de mis grandes logros.

Desde que tengo uso de razón nunca he tenido una relación sana con mi cuerpo. Sin embargo, nunca pensé en caer en un desorden alimenticio. Nunca digas nunca.

Me he sometido a dietas desde que tengo 8 años, por deporte, por «salud»… todas impuestas por entrenadores, doctores y familia. Recuerdo sentirme gorda en mi uniforme de primaria. Recuerdo sentirme como basura cuando alguien comentaba algo acerca de mi cuerpo: «te ves más cachetona», «deberías hacer ejercicio», «cada vez que nos vemos estás más gordita».

Recuerdo comenzar a sentir culpa después de cada comida, la sensación de hincharme de forma exagerada después de ingerir cualquier alimento. Recuerdo ver una niña gorda en el espejo.

Recuerdo ser una niña que tenía que cumplir con dos horas de ejercicio diarias porque tenía sobrepeso… tenía solo 8 años.

Cuando entré a la secundaria me ponía pequeños retos, como dejar de comer por X días. Fue algo brusco. De un día a otro pasaba hasta tres días sin ingerir alimentos, y cuando me obligaban a comer corría al baño e intentaba vomitar. Pasaba ratos llorando en el baño por haber comido, por haber vomitado, por «ser tan gorda».

Mi cuerpo resistió poco y fui a parar al hospital… ¡Menti! Dije que yo comía, que no vomitaba, que solo fueron unos meses, que ni si quiera logré bajar de peso, que no era para tanto. No quería que me detuvieran.

Perfecto, ¡me lo creyeron! Continué. Ahora debía comer, porque mi familia, amigos y maestros me vigilaban. Comencé a vomitar con mayor frecuencia, y comencé a buscarme trucos para esconder la comida. A las pocas semanas de nuevo al hospital.

Está vez dije que era estrés, que estaba muy estresada por la escuela y por eso tenía bajones. Aún no había perdido peso de manera alarmante como para que alguien sospechara que yo padecía un desorden alimenticio. Lo volví a lograr. No pasó más allá de un «tienes que comer mejor y descansar».

Lloré a mi familia explicándoles lo que sentía, que me sentía gorda y que no quería serlo. «No estás gorda, no seas vanidosa y exagerada», «¡Eres una niña y no deberías pensar esas cosas!» (exacto, yo no debería haber estado pasando por eso), «vas a comer más verduras y harás más ejercicio si es que tanto quieres ser delgada».

Otra dieta más. No recibí más que regaños, críticas y personas juzgandome. Aprendí a callar y a esconder todo eso mejor. Era muy buena fingiendo que todo iba bien.

Cuando entré a la preparatoria, recuerdo comer lo mínimo que podía, alguna ensalada o una barrita de fibra, ¡no más!. No dejaba que nadie me viera comiendo, excepto mis amigas más cercanas. Recuerdo tener episodios dónde salía del salón de clases corriendo a vomitar. Recuerdo tener comentarios del tipo «¿por qué nunca comes?».

Mi preparatoria fue un vaivén con la comida, al igual que la universidad. Jamás logré bajar de peso pese a todo, y mi relación con la comida y mi cuerpo seguía siendo pésima.

A finales de la universidad, mi alimentación cambio drásticamente. Comencé a comer «sano» y a hacer ejercicio. Comencé a bajar de peso. Mi ropa me iba mejor, e incluso los sentimientos de culpa parecían desaparecer. Sin embargo, aún no era suficiente.

Cuando inició la pandemia, empecé a restringir alimentos: pan, tortilla, cosas fritas, galletas, pastas, y un sin fin de alimentos que etiqueté como «no sanos». Mi plato siempre era diferente al del resto de mi familia. Solían comer cosas que yo no, porque solía decir que no me gustaban. ¡Mentira! Sí me gustaban, pero mi miedo a subir de peso era tan grande que no me permitía comerlos.

Aumenté la intensidad de mi entrenamiento. No me permitía descansar ni siquiera fines de semana. Sentía culpa si no hacía ejercicio algún día, si hacía menos… hacía ejercicio para quemar las calorías que había comido.

Me obsesioné con llegar a un balance 0, donde todo lo que comía debía ser quemado, así que pasaba horas haciendo ejercicio, generalmente por la noche cuando nadie se daba cuenta ni podía juzgarme, y mucho menos detenerme. Podía hacer de una a seis horas de ejercicio. Mi pecho dolía, mi cuerpo no respondía y, a pesar de todo, yo quería seguir.

Lloraba muchas noches por mi imagen corporal. Había días en los que no toleraba verme al espejo. Yo me veía gorda, y mi mente me convencía de ello. Lloraba por eso, me odiaba por eso. «No me esfuerzo lo suficiente», «ni si quiera eso puedes hacer bien». Eran un sin fin de pensamientos que solían pasar por mi mente.

Cada vez restringía más y más. Llegue a pasar días con muy pocas kcal. Me obsesione con contar calorías y con retarme a consumir cada vez menos. Me obsesioné con pesarme en la báscula, todas las mañanas y a escondidas. Me sentía orgullosa de mí misma por lo que había bajado en menos de un año, pero seguía sin ser suficiente. ¡Quería más! Aún me seguía viendo gorda al espejo.

Comenzaron a llegarme comentarios de tipo «ya estás muy delgada, te ves mal, come más, estás muy plana, no tienes chiste», tanto de familia como amigos, pero… ¿cómo era posible que ellos me vieran tan delgada y yo siguiera viéndome tan gorda en el espejo? Definitivamente algo estaba mal.

De un momento a otro todo se intensificó: la culpa, las restricciones, los ayunos, atracones.. hablé con amigos, hablé con especialistas, busqué ayuda. «Tienes un TCA, tienes anorexia desde hace ya varios años, debes subir un poco de peso y comenzar a tratarte, porque tú cuerpo comienza a consumirse y eventualmente empezará a fallar». Ese fue mi diagnóstico.

Tuve… tengo anorexia desde muy pequeña, pero mi cuerpo nunca fue lo suficientemente delgado como para que alguien lo notara, para que mereciera ser tratada.

Ahora he descubierto que mi relación con la comida no es más que el síntoma de cómo me he sentido todos estos años. Que cada vez que hacía ejercicio excesivo en realidad sólo era para evadir mis problemas. Que cuando me purgaba intentaba sacar todo lo que me dañaba. Que cuando tenía atracones intentaba llenar mis vacíos emocionales. Que cuando restringía trataba de controlar mi entorno.

Entendí también que anorexia no es solo estar en los huesos y no comer absolutamente nada en muchos días. Anorexia es el miedo extremo a subir de peso. Anorexia es tener una percepción distorsionada y delirante del propio cuerpo. Es disminuir progresivamente la ingesta de alimentos y buscar conductas compensatorias para merecer comer o para eliminar los alimentos ingeridos. Así entendí que, aunque mi cuerpo aún no estaba dañado de manera grave, mi mente sí que lo estaba.

Recuperarse de un TCA es una lucha constante, día a día.

Una lucha interna, una lucha que no siempre ganamos, que para serles muy sincera ganamos solo el 30% de las ocasiones, porque durante una recuperación hay que comer sin tener hambre ¿Por qué? Porque dañas tanto a tu cuerpo que éste deja de pedirte algo tan básico como la comida.

Comes con náuseas. ¿Por qué? Porque la mente es tan poderosa que se acostumbra tanto a las purgas que te las pide ella misma. Recuperarse de un TCA es una lucha de la que es extremadamente difícil salir ileso. Es una lucha que es juzgada e infravalorada. «Sólo tienes que comer y ya», es lo que el 80% de las personas te dicen. Lo que no saben es que los sentimientos de culpa te consumen viva, que la distorsión corporal te deprime, que te genera ansiedad… que comer no es el problema, sino que el problema es cómo eso te hace sentir, y la dificultad de gestionar las emociones de forma correcta y no autodestructiva.

Los desordenes alimenticios son 100% reales. No son un capricho, una moda o una fase. Son reales en cualquier tipo de peso, en personas con infrapeso, sobrepreso o normopeso. No hay que negarles la atención que se merecen.

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