Estamos felices de compartir «Nunca es tarde», el testimonio de Vero que nos llega desde Buenos Aires, Argentina. Testimonios como el suyo son muy importantes ya que ayudan a romper falsos mitos mostrando que los Trastornos de la Conducta Alimentaria pueden presentarse en cualquier edad. Una realidad bastante frecuente, pero todavía desconocida.
¡Gracias Vero por dar visibilidad, por tus palabras y por compartir una foto tan significativa para ti!
«Me encantaría con mi testimonio poder ayudar a «señoras» como yo que se sienten perdidas o atrapadas en un TCA, diciéndoles que nunca es tarde.»
NUNCA ES TARDE
Soy Vero, tengo 44 años, estoy casada con Maxi y tengo dos hijos Manuel de 16 y Juani de 12 años. Voy a empezar contando cuando fue el día que dije basta, hasta acá llegamos. Hace más o menos dos años atrás le pedí a mi hijo menor que me ayude a poner la mesa para cenar. Cuando nos sentamos observé que había puesto solo tres platos con su cuchillo y tenedor y en otro sitio de la mesa solo una cuchara. Le dije que faltaba un plato y sus respectivos cubiertos y me contestó «no mamá si vos no comes como nosotros, tu comida es un yogur».
A partir de ese momento mi cabeza hizo un click. Me sentí la peor madre del mundo y pensé en el mensaje que le estaba transmitiendo a mis hijos.
Desde los 15 años que vivía de dieta en dieta, tengo el recuerdo de mi madre diciéndome tu comida es la dieta de la lechuga. Pasé por todas las dietas; las de las revistas, las que me daban el sin fin de nutricionistas a las que iba, las keto, las fit, las de ayuno intermitente… Así puedo seguir enumerando.
Cuando decidí pedir ayuda ya siendo una persona adulta me costó mucho asumir que en mi vida algo no andaba bien. Yo misma me decía como puede ser que una persona mayor y madura pueda padecer un TCA, si eso es cosa de adolescentes.
Mi entorno con las mejores intenciones y con desconocimiento de lo que implica un TCA insistía en decirme que estaba en mi mejor momento físico. Para mis amigas era una ídola por la fuerza de voluntad que ponía para hacer dietas y ejercicio físico diariamente y de gran intensidad. De alguna manera esas palabras de aliento no hacían más que llenar mi ego y hacerme creer erróneamente que estaba llevando una vida «saludable». Pero no eran más que puras restricciones a las que sometía mi cuerpo a través de la alimentación.
Pero esa música tortuosa de fondo que sonaba en mi cabeza las 24 horas del día, haciéndome acordar que tenía que comer poco no me dejaba ser plenamente feliz, a pesar de tener una hermosa familia, un trabajo exitoso y estar rodeada de muchos amigos.
Cuantas veces puse miles de excusas para no ir a cenar con mis amigas por el temor de enfrentarme con la comida frente a ellas, cuántas veces dejé de disfrutar de poder tomar un helado con mis hijos, y eso que yo creía que con mi madurez de mis 40 años y pico eso no me podía pasar.
Pero nunca es tarde para pedir ayuda, nunca es tarde para disfrutar de una cena en familia, nunca es tarde para empezar a quererse.
Desde mi experiencia personal, no sólo la contención familiar, sino que estar rodeada del mejor equipo de profesionales que puedo tener me llevó a iniciar este gran paso a la recuperación. Yo soy la capitana de mi equipo, pero sin mi psicóloga, nutricionista y psiquiatra siento que es muy difícil ganar esta batalla.
Ojalá mi testimonio sea un granito de arena en este hermoso «Proyecto Princesas» y sirva como empujoncito para que una «señora» como yo pueda pedir ayuda, porque NUNCA ES TARDE.
Quiero agradecer a mi marido que desde sus silencios me ayuda incondicionalmente, y en especial a mi hermana Carolina que con sus palabritas sutiles me quería decir que algo en mí no andaba bien. A Sol mi amiga del alma que un día que me vio mal y me recomendó a mi psicóloga.
También a Mechi mi psicóloga que desde un primer momento me brindó la confianza suficiente para poder abrir mi alma y empezar a soltar y como directora técnica me armó el mejor equipo de profesionales que me acompañan en el campo de juego, que no es ni más ni menos que la vida misma.
A Lore mi nutricionista que día a día me enseña a tener una buena relación con la comida. Y por último a Mónica mi psiquiatra que me hizo ver que tomar medicación no es estar «loca», sino que es una herramienta más en este proceso de recuperación.