Esta vez compartimos el testimonio de Daniela que nos acerca su historia que muestra cómo la gordofobia puede afectar a niñxs favoreciendo la aparición de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA).
Como muchas personas que sufren TCA, a ella también le atormentaba ver su reflejo. Al verse en el espejo era cuando aparecia lo que ella ha llamado, la impostora. Un testimonio que muestra la dureza de sufrir TCA desde muy pequeña pero que también revela el deseo de recuperarse tras tantos años de enfermedad.
Esperamos que pronto logres librarte de la «impostora» y ver el bello reflejo del espejo. ¡Gracias Daniela por compartir!
Soy colombiana, vivo actualmente en Virginia, Estados Unidos. Los testimonios de Proyecto Princesas me han motivado a expresar mi historia por medio de la escritura. Espero que como a mí, otra persona encuentre alivio al darse cuenta de que no está sola, y que lo que le sucede es mucho más común de lo que cree.
Daniela
LA IMPOSTORA EN MI REFLEJO
¿Y tú? ¿quien eres? Es inevitable la pregunta. La respuesta ya no es obvia, si cuando se mira al espejo, la que ve es otro reflejo, que le muestra atrocidades con enfoque amplificado. Pues se centra en los detalles de imperfecciones variantes que le nublan la cabeza, y ¿dónde queda su belleza?
Ha perdido la conciencia, no contempla su valía, y reclama enfurecida una versión que le merezca. Y para su ingrata sorpresa, cual bruja de blanca Nieves, tal reflejo ya le anuncia que existe alguien más bella, más delgada, más apuesta. Al mirarme en el espejo a veces cierro los ojos, cuento hasta 3 y los vuelvo a abrir. Quiero cerciorarme que lo que vi hace 3 segundos es real y la impostora que suele posarse en mi espejo no esté haciendo de las suyas.
Mi nombre es Daniela. Tengo 24 años y sigo tratando de recordar el momento en el cual decidí declararle la guerra a esa niña que veía en mi reflejo. Recuerdo hace unos cuantos meses cuando me dijeron que tenía un TCA, entrar en pánico, llorar y pensar, “soy una TRASTORNADA!”.
Pero todo se remonta tiempo atrás, y es que desde los 2 años, he tenido una relación problemática con la comida. Era la niña del jardín infantil que no podía comer con sus demás compañeros, que no probaba bocado si mi mamá no era quien me lo daba. Y olvídense de que esta niña comiera si sentía alguna textura extraña en cualquier alimento, vomitaba las comidas sin razón aparente. Por supuesto, mi madre preocupada me llevó a cuánto médico pudo y de medicinas hasta el tope pensando en cualquier enfermedad extraña que pudiese padecer.
Me contaba mi mamá de mis temporadas en las cuales me obsesionaba con un alimento y eso era lo único que permitía que me dieran de comer.
Con 7 años, la vida, la gente, la TV me hicieron saber que era “gorda”, que mi cuerpo era el objetivo perfecto de apodos, risas, señalamientos, del llamado bullying, sumándole a mi poca tolerancia de que cualquier persona me tocase, alguna vez un terapeuta llegó a insinuar si a lo mejor había sido víctima de abuso sexual. Pero no… Era el reflejo…
El espejo era un recordatorio recurrente de lo mal que me veía, ahora no solo la gente, también yo. Para entonces tenía conductas de un trastorno obsesivo compulsivo y ansiedad generalizada, que aún no habían sido asociadas a la comida…Pasé por mil terapias, desde bioenergéticos, psiquiatras o PNL…
A los 14 años y cambiarme de colegio la realidad de la adolescencia me golpeó de frente. Que fácil que es perderse en un mundo que te promete aceptación y admiración si aceptas su estándar de belleza y estás dispuesta a pagar el precio. El ocultar comida y regalar mi lonchera en el colegio se volvió algo recurrente. Así como botar la cena a la basura al llegar a casa, caminaba 3 calles para deshacerme de las evidencias.
Vinieron los desmayos, las noches en sala de urgencias por problemas gástricos, los problemas hormonales… y a las que en algún día llamé traidoras por contar lo que hacía, ahora agradezco por haber salvado mi vida en ese entonces… En uno de mis desmayos y una visita al hospital me diagnosticaron hipertiroidismo. Por lo que fue sencillo adjudicarle mi pérdida de peso y niveles de energía a ello.
Con 24 años me encontré viviendo sola (el momento perfecto, lo sé). En otro país, con otra cultura, y un aumento de peso… Acompañado de los típicos comentarios “te veo más rellenita” “que es lo que te están dando de comer en USA?”, “allá hasta el agua engorda”… Me llevó a conocer el lado más oscuro de este mundo de los TCA; Calorías, macros, el control irracional que quieres ejercer con ese número en la báscula que te lleva a pesarte 5 veces al día, ejercicio compulsivo, caminatas extenuantes a las 2 de la madrugada por un atracón de media noche que no pude controlar, insomnio, anti depresivos, ansiedad, aislamiento social, miedo irracional, estados de ánimo fluctuantes, medicaciones, pastillas adelgazantes, fajas y cremas reductoras, keto, paleo, low carb, búsquedas en google sobre cómo vomitar todo lo que te acabas de comer… Y cuando menos piensas, entraste en un bucle, donde la culpa, la obsesión, la comida, son el centro de tu vida. Y te das cuenta que nunca va a ser suficiente, que nunca estarás conforme.
Hace 5 meses empecé mi recuperación por anorexia y bulimia nerviosa. Aún me parece raro que esté escribiendo esto refiriéndome a mí. Son de esas cosas que crees que nunca te van a pasar a ti, que eso le pasa a otros.
A veces el camino de la recuperación se me hace cuesta arriba, y se evapora la fe pensando cómo he vivido toda una vida así. Espero algo diferente ahora, pero entonces me detengo y pienso que faltaba más antes de empezar. Y sueño en que llegue el día en que pueda mirarme libremente en mi espejo y desterrar a esa impostora que ha osado ocupar ese lugar en mi reflejo. Cambiar el final del poema.
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