Testimonio: El infierno de la imagen

Testimonio de chico joven que sufre Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) cuenta como la enfermedad se apropio de su vida

Este testimonio nos llega desde Santa Cruz de Tenerife, España. Daniel nos escribe sobre su experiencia con un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) que comenzó a gestarse en su adolescencia. En su caso, el TCA cumplió la función de un anestesiante, un placebo para paliar facetas de su vida sobre las que no tenía control ni seguridad. Gracias por tu sinceridad, tu valentía y la esperanza que ofreces a tantas personas de que de esto SE SALE, de que la recuperación es posible.

El infierno de la imagen

Aún recuerdo el escalofrío que sentí la primera vez que me dispuse a meter los dos dedos de mi mano en mi garganta, intentando que mi estómago quedara lo suficientemente vacío para poder sentir que encajaría un poco mejor en esta sociedad. Tenía dieciséis años, y aunque ya jugaba con la comida desde unos años antes, ese fue el comienzo de todo.

Empezaba el bachillerato artístico en otro centro educativo: gente nueva, diferente a todo lo que yo estaba acostumbrado… Nunca fuí un niño con sobrepeso, pero recuerdo que justo en ese verano empecé a interesarme por el veganismo y las dietas vegetarianas estrictas, lo que dio pie a que comenzara una ese mismo Septiembre.

Realmente empecé comiendo bien, simplemente eliminando las proteínas de origen animal, pero al ver que bajaba de peso y que la gente lo notaba, ese “estás más delgado” me hizo sentir tan poderoso… Encima, estaba en una etapa de la adolescencia bastante fuerte. Cuando era pequeño mi padre murió, y después de ese suceso traumático, conmigo al menos del tema no se hablaba. A mis dieciséis años comenzaba a echar de menos hablar con mi padre, contarle mis cosas…

Empecé a deprimirme y, debido a mi carácter perfeccionista y autoexigente, al no tener el control de la situación y de mis sentimientos me centré en controlar lo que más fácil se me estaba haciendo: mi peso.

Empezó siendo un juego, unos “kilos de aire” como los llamo yo, kilos que bajan y que vuelven a subir con la misma… pero acabé cogiéndole el gusto a la situación. Primero fueron los hidratos, luego las proteínas, los azúcares, etc., y acabé sobreviviendo a base de infusiones y una manzana al día, acompañada de horas insaciables de ejercicio físico.

De vez en cuando venían los atracones a mano de purgas. Qué mal lo pasaba. Había temporadas en las que eran seis atracones por día, acompañados claramente de seis vómitos. El pelo comenzaba a escasear en mi cabeza. Mis uñas se volvían azules y estaba muerto de frío siempre.

Mis dientes estaban tan estropeados que morder un simple trozo de pan ya dolía, y había veces que me molestaba hasta tragar agua debido al daño que habían causado en mi garganta las purgas.

Estaba todo perdido. Mi vida se basaba en la comida, en el ejercicio y en trucos para que mis familiares no se enteraran de mis hazañas (aunque era un poco evidente). Llegué a pesar muy poquito y empezaron a alarmarse. Perdí mi vida social por completo y, junto a ello, me encerré en una relación que junto a mi enfermedad se volvió muy tóxica.

Sentía estar muerto en vida. Pero llegó la luz. Llegó el día en el que el frío de la consulta de la planta de psiquiatría del hospital acariciaba mis débiles brazos llenos de lanugo.

Comenzó el principio de un infierno que acabó siendo el comienzo de una recuperación. Lo pasé mal, pero a día de hoy sé que lo debo todo a esa recuperación. Gracias a dejarme llevar por especialistas y por gente que de verdad ha querido el bien para mí hoy estoy aquí.

De esto no se sale sólo, pero se puede salir. La vida es mucho más que pensar en calorías, cifras, ejercicio… La vida es un regalo maravilloso y, ya que la tenemos, hay que disfrutarla al máximo con la mejor de las sonrisas.

Si yo pude salir, todos pueden.


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