Testimonio Trastorno Alimentación: Un día a la vez

Testimonio que muestra la realidad del Trastorno de la Alimentación. Una historia donde la bulimia nerviosa estuvo cerca de arruinarle la vida...

Queremos acercaros un nuevo testimonio que nos llega desde Argentina. Paula nos comparte su historia con la bulimia nerviosa, acercándonos a muchos de los estigmas que acompañan a esta enfermedad. Un testimonio que nos muestra la dureza de sufrir un Trastorno de la Alimentación, pero que también nos ofrece un final cargado de esperanza. Un gran mensaje que estamos encantadas de compartir.

UN DÍA A LA VEZ

Hola, mi nombre es Paula Morales. Actualmente tengo 23 años y vivo en la ciudad de Córdoba capital, Argentina. A los 16 años empecé con Trastorno de la alimentación. En ese momento yo no me podía ni imaginar qué era lo que me pasaba, solo sabía una cosa: «NO QUERÍA ENGORDAR».

Todo se fue dando de a poco. Al principio, como toda adolescente que se siente incómoda con su cuerpo, fui a una nutricionista. Empecé bajando los primeros kilos de una manera saludable, pero después de los 3 o 4 kilos bajados, mi cuerpo dijo: «basta».

Entonces fue ahí donde empecé de a poco a dejar de comer. Dejé el desayuno, después la colación en el colegio, la cena, y cuando nadie me controlaba podía pasar todo un dia sin comer, aunque eso era muy de vez en cuando porque mis papás estaban muy atentos. Comencé a aumentar las horas de actividad física, llegue a hacer 16 horas de actividad a la semana, y sí, es un montón.

Empecé a mentir, a mis papás, a mis amigas, a mis profesores. Empecé a tirar la comida a escondidas. Y empecé a hacer tantas cosas solo por el famoso «miedo a engordar». Muchos comentarios llegaron. Al principio: «qué linda estás» o «se te ve mejor», y después llegaron otros comentarios un poco más fuertes como «ESTÁS ENFERMA» o  «ESTÁS TRAUMADA».

Los años fueron pasando, y recién cuando me fui a vivir sola, a los 18 casi 19, a una ciudad grande sin mis papás, fue cuando todo explotó y comencé con los famosos «ATRACONES». Creo que la gente no se da una idea lo feo que es uno, lo mal que te sentís, la culpa que genera, la impotencia porque NO LO PODÉS CONTROLAR. Va más allá de todo, acá ya no existe la fuerza de voluntad, acá no hay un remedio que te ayude, esto es la CABEZA, y ese es tu peor enemigo.

Ese año, que fue mi primer año viviendo sola, me animé a hablar, primero con mi psicóloga y después con mis papás. Al principio fue muy duro, ellos no entendían, pensaban que yo estaba eligiendo hacer esto, pensaban que era mi culpa y al mismo tiempo se culpaban y se preguntaban: «¿qué hicimos?»

Y la verdad, no era culpa de nadie, porque ME ENFERMÉ, Y NADIE ELIGE ENFERMARSE.

Después de muchas charlas, de gritos y llantos, en abril del 2017 empecé mi tratamiento, diagnosticada con bulimia nerviosa.

Cuando empecé no entendía que estaba enferma, me daba mucha vergüenza decirles a mis amigas, y la verdad la pasé muy mal. En mi primer tratamiento tuve además de una psicóloga, una psiquiatra y una médica. Un grupo, un grupo de chicas y chicos que pasaban lo mismo que yo, y ellos fueron lo mejor que me pasó ese año. Conocí a personas increíbles que hoy considero amigas/os, personas que me escucharon y al mismo tiempo me alentaron, personas que me entendían.

Al mes y medio de comenzar el tratamiento, empecé a estar muy mal, vivía sola y por lo general una persona que sufre Trastorno de la Alimentación no puede vivir sola. Entré en depresión, me medicaron y por decisión de mis papás volví a mi ciudad, volví a vivir a casa. Me sentí frustrada, tuve que dejar la facultad, y ya no tenía ganas de nada. Estaba todo el día en cama, y solo esperaba que fuera lunes para viajar a Córdoba al tratamiento porque era en el único momento que me sentía bien, que sentía que nadie me juzgaba.

Pero me propuse algo: «quiero ser feliz, quiero estar bien, quiero volver a estudiar, quiero ser normal». Y de a poco, como siempre digo, empecé a mejorar.

Tuve la ayuda de una infinidad de personas, de profesionales increíbles, de mis amigas que son de oro, de mis familiares que sin entender mucho siempre estuvieron a mi lado, y que cuando me veían caer se acostaban conmigo y me daban tiempo para que nos levantásemos juntos.

Mi mama me decía algo muy cierto: «esto es un día a la vez», así que empecé a contar los días y, cuando caía o estaba mal, la cuenta comenzaba de nuevo pero no de cero, porque nunca iba a volver al mismo lugar desde el que empecé. Ya estaba en camino a la recuperación.

Fueron 3 años de tratamiento, el pasado año en plena pandemia el 2 de Junio, Día Mundial de la Lucha Contra los Trastornos de Alimentación, por videollamada mi psicóloga me dio el alta. Al principio lloré, lloré mucho, me dio miedo, me sentía sola y no sabía que iba a pasar. Empecé a recordar cómo entré al tratamiento, y me pareció una locura todo el camino que recorrí.

Al principio creí que no iba a poder, pero no bajé los brazos, y de eso se trata, de seguir, porque es una enfermedad pero tiene cura, y hay muchos profesionales, familiares y amigos dispuestos a ayudar.

Hoy solo quiero decir que los TRASTORNOS DE LA ALIMENTACIÓN son una enfermedad que va mucho más allá del aspecto físico, porque son mentales; que tienen que dejar de ser un tabú,  que tenemos que dejar de culpar a las personas por enfermarse, que tenemos que empezar a comprender, a escuchar y a opinar menos.


Gracias Paula por ayudarnos a mostrar esta realidad en la que, gracias al esfuerzo y el trabajo, es posible terminar con un final feliz y libre de la enfermedad.

¡La recuperación del Trastorno de la Alimentación sí es posible!


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